Salir del segundo closet
Este blog es bastante personal, y lo escribo más como un ejercicio de superación que como un tema de interés general a desarrollar, pero como nunca se sabe el alcance de las palabras… ¿quién me dice que del otro lado de la pantalla estas palabras ayuden a alguien que esté pasando por un proceso similar al mío?
¿Puede verse bastante arcaico el tener que aclarar por qué un segundo clóset? ¿Entonces hubo un primero? ¡Sí! Claro que sí. Hoy ya no resulta “un tema” el famoso “salir del clóset” o supongo que las generaciones más jóvenes (aclaro por las dudas que soy del ´85) lo deben vivir con mayor soltura, naturalidad y libertad. En mi caso no fue tan así; me costó bastante aceptar mi elección sexual, en primer lugar, porque no me lo quería permitir, no me animaba a ni siquiera razonarlo, sentirlo. La primera barrera en este tema era yo mismo, y luego, por otro lado, el desobedecer con “el p*to orden establecido”, salirse de la norma, el mandato natural de la vida, el famoso “deber ser”. En fin… un proceso/bloqueo difícil que, con mucho trabajo, amor, terapia, abrí las puertas de ese clóset y salí a vivir mi elección sexual libremente, sin presiones ni mandatos. Todo fue más liviano y amoroso.
Fue más o menos en ese mismo tiempo, no recuerdo bien, puede haber sido el año 2014 o 2015, el momento en que empecé a coquetear de manera más constante con el mundo de la moda. Ya había estudiado asesoramiento de imagen y un novio me había regalado una máquina de coser, pues un poco a escondidas me había inscripto en una escuela de oficios para estudiar moldería y confección, estudios que no terminé. Al año me harté; no me daba la vida. Laburaba de arquitecto, daba clases en la facu, tenía un novio a distancia los fines de semana, estaba haciendo la carrera de especialización docente (que tampoco terminé) y cursaba de noche tres veces por semana en una nocturna de oficios.
El coqueteo con la moda, más específicamente con el asesoramiento de imagen, crecía un poquito cada día, pero siempre a escondidas. ¿Qué quiere decir esto? Que me había hecho una cuenta de Instagram aparte (casi anónima), que no la había vinculado con Facebook para que mis padres o familiares no pudieran encontrarme. No tenía mi nombre, pero sí me permitía dar a conocer mis servicios y sumergirme en el mundo profesional.
En pocos años me vi entre la espada y la pared. Cada vez tenía más trabajo, más clientes, más workshops, y ya no podía controlar que esta nueva veta profesional no se filtrara hacia mi círculo familiar. Cuento esto desde la absoluta ignorancia, pues el que no se bancaba transicionar de la arquitectura a la moda en primer lugar era yo. No tengo ni idea qué pensarían mis padres, mis amigos o mi hermano, pero ante la duda, mejor tapar todo y esconderse bajo las sábanas para no pensar. No recuerdo cómo ni cuándo di a conocer a todas estas personas el camino que estaba recorriendo. De hecho, siempre, incluso hasta hace poco, lo comentaba desde la vergüenza, con frases autoimpuestas: “Si estudiaste arquitectura, ¿qué estás haciendo?”, “¿En dónde te estás metiendo?”, bajándome el precio, tratándome bastante feo y respetándome aún menos.
Mirándolo a la distancia, ¡qué bien me hubiera venido un asesor en self-marketing! Porque doy fe de que fui mi principal competencia; hasta enemigo, se podría decir.
Fue muy duro, y lo sigue siendo (por suerte y gracias a mucha terapia, en menor medida), asumir el paso de una carrera de formación tradicional como la arquitectura a trabajar en la industria de la moda, que originalmente representaba un hobby hasta convertirse en el objetivo principal de mi vida profesional. Los tabúes que tuve que derribar, ajenos (esas preguntas arcaicas/tradicionalistas propias de quienes ven el universo de la moda como algo 100% desconocido y banal), pero fundamentalmente propios. Con 39 años y ya con un largo camino recorrido, aún aparecen los fantasmas autoimpuestos que me vienen a cuestionar con el dedito acusador.
El otro día, hablando con una muy amiga especialista en MKT, salió este tema, y ella me dice algo como:
“Qué suerte que cambiamos. Imaginate que siguieras pensando como el Mariano que, a los 17 años, se fue de su casa en Tandil a estudiar arquitectura a La Plata. ¡17 años teníamos! ¿Cómo, con 17 años, vas a poder establecer los objetivos de tu vida? Si no conocés nada, a duras penas pudiste elegir una carrera”
Me decía en el audio, haciendo hincapié en el 17. ¡Claro! Éramos unos bebés que tuvimos la suerte de poder estudiar, y además en mi caso, pegarla de una con aquello que estudié, pues la arquitectura la ejerzo, la disfruto, ¡y la disfrutaré!
Pero la moda es una pasión irrefrenable, un mundo lleno de desafíos al cual es difícil acceder, y que me mantiene vibrando como un adolescente. Por supuesto, vale aclarar que soy el profesional que trabaja en moda gracias al background de arquitecto que tengo. Ahora me voy a hacer buen MKT, jajaja. No son entidades escindidas; el ser además arquitecto me vuelve un asesor de imagen mucho más completo. Por el bagaje cultural, por la meticulosidad para ordenar el trabajo, por la habilidad para coordinar múltiples rubros… Y podría seguir enumerando mis virtudes, pero con falsa modestia diré que me da vergüenza.
Concluyendo, y esperando ayudar a alguien que esté atravesando un proceso similar: la vida es muy corta para quedarse con las ganas de explorar aquello que nos apasiona, coartados por el odioso “¿qué dirán?” o buscando la aprobación en los demás más que en nosotros mismos. No es sano posicionar tanto poder en la mirada del otro, que nos impida avanzar y concretar nuestros sueños. Ni tampoco esperes palmadas en el hombro reconociendo un buen trabajo. Lo mejor es no esperar y, en cambio: HACER. En el 2024 ya no hay lugar para los clósets, solo hay lugar para animarse a salir y experimentar aquello que te apasiona.
Con un lagrimón de superación me despido, hasta un próximo blog,
los quiero,